Un silencio que no otorga

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Fotograma de la película «Silencio en la tierra de los sueños» dirigida por Tito Molina

El cine como todo arte está hecho de arrogancia y llaneza en montos similares, por eso, cuando se anquilosa en su propia sobre dimensión le hace bien volver sobre sus pasos. Un baño de humildad ayuda a reencontrarse con las motivaciones iniciales, así como a un equipo de fútbol engrandecido pero en crisis, descender de categoría suele ayudarle a replantearse ciertos principios.  Ha ocurrido antes. El cine de escuálidos presupuestos y guiones arriesgados ha sido un revulsivo de ingenio y creatividad cuando el séptimo arte se ha mordido la oreja y da palos de ciego.  Si bien el cine de grandes pulgadas lleva rato dando vueltas en el mismo tiovivo de guiones reciclados y efectismos superfluos, el cine de la periferia e independiente también suele afectarse por sus particulares ostracismos creativos.
En el caso del cine ecuatoriano, la mayoría de  sus últimos estrenos también conviven en su propio brete, con preocupaciones y temáticas atravesadas por vectores casi idénticos: migración, desarraigo, autorepresentación y una nación en ciernes sobre los hombros de una juventud fracturada.  Con este panorama, era menester también recuperar las esencias seminales, volver a la horma, una especie de restart, casi un borrón y cuenta nueva.  Y eso es lo que Silencio en la tierra de los sueños, de Tito Molina, aporta de forma enérgica.  Es una película que no causa indiferencia y su arribo no pudo tener un momento más adecuado. Sus pretensiones, que las tiene y bien ganadas, van por otro camino.  Su propuesta se aventura en un terreno difícil, poco explorado, mal definido y mucho menos transferible.  La propuesta de Silencio… no puede ser explicada en un texto, es una película que se explica en sí misma, siendo vista.  Algo intentaré aproximarme, pero me temo que haré aguas a cada párrafo.  También dejaré de lado hablar de sus prenominaciones al Oscar y a los premios Goya, pues para mí son circunstancias promocionales que más bien entorpecen una apreciación sincera.  Los premios en arte son demagogia.
Empecemos por el nombre. Silencio en la tierra de los sueños es tal vez el nombre más cursi puesto a una película en mucho tiempo.  Hay que ser arrojados para ponerle un nombre así a una obra contemporánea.  Madre mía.  Suena a librito de poeta novel.  Sin embargo, también es simple, directo y no se anda con melindres.  No hay gato encerrado.  No hay lectura entre líneas. No promete, porque de eso mismo no se trata. Aquí no hay demagogia. De entrada, a la palabra se le realiza el primer cacheo y se la presenta como llegó al mundo, de ahí para adelante la palabra no solo será una subordinada por el resto de la cinta, sino que cada vez que aparezca, será estéril.  El silencio mata. Sobre todo el silencio que no otorga. Porque suponemos que la película tiene que pronunciarse, decir en cristiano lo que tiene que decir. Pues nada, ley del hielo con el espectador. La palabra tranquilizadora se quedará flotando en el aire, o sobre el agua, nunca mejor dicho
Esta renuncia a cualquier alocución por más minima que sea, promueve una relación entre el espectador y la película a un canal distinto, por eso reclama un espectador que va a tener que aprender sobre la marcha, incluso aquel espectador avezado, entrenado en estas lides.  Pero no se vuelve difícil, cuando menos al principio, porque la cinta no tiene argumento, eso sí, pero tiene argumentos, y la película se sostiene en esos argumentos con una confianza abrumadora, ejemplar.  Ese es su fuerte, ahí radica su consistencia como obra de arte.  Si el cine ya no sabe hacia dónde tirar de la mano del guión, arrastrado por la incapacidad de construir diálogos justificados y con sustancia –nudos gordianos responsables del rezago emocional del cine ecuatoriano- pues hay que soltar las amarras.  Hay que prescindir del guión, dejar rodar a esa piedra de Sísifo y quedarse con lo elemental. Tao puro y duro.
Uno de esos grandes argumentos-sostén es el montaje, y a eso me refiero con ir a lo elemental.  El montaje es el cine. El cine le debe a todas las artes todo, menos el montaje. Es suyo por derecho propio.  El cine inventó el montaje y el montaje inventó al cine, y esta película es una filigrana de montaje cinematográfico. La música -Debussy, Beethoven, los boleros- es ñaña gemela medio benévola medio malvada del otro argumento sostén de la cinta, la cinematografía; puro amor al terruño.  Pura fotografía manaba.  Hay tomas en las que se huele el mar, la sal prieta, la fruta, el picudo, el sol en la piel.
Por otra parte, que el guión tenga poca o ninguna presencia se debe a que el proyecto tiene alientos similares a los de un documental de creación.  No existe una elaborada construcción de personajes ni de escenarios y mucho menos de situaciones.  Se recurre a lo que hay.  Se trata de una crónica sin ambages de la cotidianeidad solitaria de una viuda en un pueblo costero, donde no sucede nada sobresaliente, la interacción social es tangencial y el mundo externo se cuela por la ventana, el televisor y acaso un teléfono.  Es una crónica de la soledad más no llega a ser una apología del abandono.  En rigor, no existen interpretación actoral, composición del cuerpo ni empujes emotivos, a lo mucho partituras físicas marcadas.  La protagonista ejecuta sus acciones domésticas con enésima soltura mientras se interpreta a sí misma.  Solo en el momento en que nos sugiere una evocación emocional, cuando contempla la fotografía del ausente, su gestualidad se quiebra pero no lo suficiente como para  convertirse en un trasnochado auxilio del melodrama. La realidad no tiene por qué perderse en berenjenales dramáticos.
La única posibilidad de una trama la trae el perro.  Su sola presencia aporta vínculo y conflicto.  Trae consigo, pues eso mismo, la posibilidad de que suceda algo en donde no puede suceder ya nada más.  El perro no solo llega a ser una remota compañía para la anciana sino una compañía para el espectador, al que no le agobia lo que ha visto hasta entonces pero le agobia la idea de cómo van a suceder las cosas que tienen que suceder.  De una forma paradójica y difícil de comprender, el perro aporta la humanidad que requiere una cinta bella, plástica, pero tal vez intocable.  El perro es la salida, es un advenedizo barquero del Hades que husmea en la puerta de todos. Generalmente una película pierde interés cuando el destino de los personajes  ya nos tiene sin cuidado, pero en el caso de Silencio no hay que esperar ningún otro destino que el que salta a la vista y lo compartimos todos.  Un destino que ya se filtraba en los largos, cálidos y meticulosos planos detalle a la protagonista.
Silencio en la tierra de los sueños es una película predecible a la que no le importa serlo. Ahí radica su valor. Tal vez pague un precio cuando presenta dificultades para encontrar un final, algo que cierre la historia, y comete redundancias camino al epílogo.  Pero el forcejeo con el equilibrio alcanzado hasta entonces no termina por ser grave gracias al más grande y logrado atributo de la película que es su composición casi hipnótica que la convierte -esto es clave- en una película pequeña que sucede en el interior de cada espectador y con la que se irá a casa, y no sucede precisamente en la vasta pantalla, con todo ese mar restallante y onírico, con su preciosismo desbordante.  Y lo logró despojándose de la mayoría de convenciones cinematográficas que con comodidad se han instalado en la idea que tenemos de lo que debe ser una película ecuatoriana, latinoamericana, mundial.  Porque no es una cinta que pretende contar una historia en stricto sensu, sino te muestra algo que simplemente sucede; algo que sucedió ayer, sucede ahora y seguirá sucediendo, aquí y en todas partes.

—Fabián Patinho / Autor Visual—

El silencio, el mar, un perro, la tierra de los sueños

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Fotograma de la película «Silencio en la tierra de los sueños» dirigida por Tito Molina

Una mujer como un oleaje. Una mujer como un tronco de madera que el mar abandona en la orilla de una playa. Una mujer como un suspiro, como la nostalgia de los años más felices, como la vida cuando todo era mar y música. Una mujer que adopta un perro y sueña que sus pies ancianos recorren la arena del borde costanero.

Ella, esa mujer, esa anciana, ese conjunto de memoria, es la protagonista de ‘Silencio en la tierra de los sueños’, la obra maestra que Tito Molina ha reestrenado en los cines del país.

Toda película sobre el silencio es, en realidad, un aguerrido regreso al origen de la humanidad. Y es, también, una aclamación de la imagen como razón de ser de la mirada. Es aquello que todo poema persigue. ‘Silencio en la tierra de los sueños’ no se explica con palabras. Es algo que trasciende al ruido, a la sintaxis, a la estructura gramatical.

A veces el mar es el silencio. A veces una anciana que desde su hamaca acaricia la piel de un perro es el silencio. En esas imágenes no hacen falta palabras. Tampoco en una mujer que amarra una cinta a una olla y la lanza desde su balcón, como caña de pescar con un anzuelo para que el perro que habita la calle reciba la comida. ¿Es eso un anzuelo o un ancla?

Tomo prestadas, para describir esta epifanía, palabras de Borges: “En ese instante gigantesco, he visto millones de actos deleitables o atroces; ninguno me asombró como el hecho de que todos ocuparan el mismo punto, sin superposición y sin transparencia. Lo que vieron mis ojos fue simultaneo: lo que transcribiré, sucesivo, porque el lenguaje lo es”.

Entonces transcribo, sucesivamente: ‘Silencio en la tierra de los sueños’ es una película que consigue aquello que toda obra de arte busca: la transfiguración. Tito Molina, que asume la mirada de un poeta, se adentra en la soledad de una viuda que cocina únicamente para sí misma (y para un perro), que pasa las horas mirando los alegatos de José Candelario Tres Patines, que cree recordar a qué sabe el deseo. Se adentra, el cineasta, en la desolación y el desamparo, imágenes tristes a las que él dota de sentido, de belleza, de esperanza.

Hay artistas que transforman los paisajes desolados en música o imágenes limpias. Es la fuerza, el poder, la magia de la fotografía. Las olas inevitables se encuentran unas a otras. Las envuelve la música. Música, imágenes y agua se mezclan en el mar y es como sentir la brisa oceánica, las olas, acariciándonos la piel del rostro. Las olas desatadas que limpian el pasado. Las olas que son sueños, delirios, deseos, recuerdos agolpados entre las canas y las risas.

El silencio es la contemplación de una mujer que sueña. Pero esta película es más que cine contemplativo, es un poema sobre el sentido de vivir pese a todo: a la soledad, a la ausencia, a uno mismo, a la falta de palabras. Es la parte final y total de un pentagrama: notas y acordes que dibujan en el aire la soledad.

Hay en la soledad algo sublime: la íntima exploración en uno mismo, saber para siempre quienes somos, de qué estamos hechos. Sobrevivir a la soledad es de valientes. La soledad como espacio no de derrota sino de redención, de conocimiento y sabiduría, un viaje hacia los níveos territorios del aire.

La soledad es, también, una guerra sangrienta: una mujer sola y anciana se atraganta con la comida cocinada por sus manos. La anciana tiembla, siente el recorrido salvaje y brutal del miedo a lo largo de su cuerpo. ¿Qué imágenes ve en esos instantes? ¿Piensa, acaso, que todo está perdido? Que la vida se acaba. Y queda la música. Y las olas. Y los sueños.

La película de Tito Molina es un viaje: el último, el definitivo, ese viaje digno que salvó a Machado del horror del mundo: “Y cuando llegue el día del último viaje,/ y esté a partir la nave que nunca ha de tornar,/ me encontraréis a bordo ligero de equipaje,/ casi desnudo como los hijos de la mar”.

‘Silencio en la tierra de los sueños’, poema onírico que indaga en la soledad del mar y de la Tierra, hoy preseleccionada a los premios Oscar y a los Goya, hoy evocación del silencio, hoy mar, hoy música. Es una película como una canción o como los cantos de los pájaros, algo que nos conduce a una libertad desconocida; algo, una imagen, que nos hace crecer y nos hace vivir.

—Miguel Molina Díaz / Columnista de opinión—

Bertha, tu silencio nos hace universales

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Fotograma de la película «Silencio en la tierra de los sueños» dirigida por Tito Molina.

Me abres de par en par la ventana de tu tiempo. Me invitas a ser cómplice de tu sueño más profundo.   Me tomas de la mano como Beatriz a Dante y me llevas hasta el cielo que nos ofrece refrescante el retorno de las oscuras golondrinas.

Confío en la sabiduría de tu cabello de hilos de plata y aprieto aún más mi mano con la tuya. Te pido con la mirada y sin pronunciar palabra que me dejes subir a tu barca onírica. Acicalas muda tu cabeza mientras espero tu respuesta. No me miras, sigues con lo tuyo: Rezas, comes, duermes, limpias; te observo y sigo esperando que te apiades de mí y me lleves contigo.

Permaneces silente. Aguardo paciente, nutrida por tus alimentos, abrigada con la lana de tu tejido, divertida con tu programa de televisión. Tu ser, tu estar, me alejan de la ansiedad perturbadora de tu mutismo.

Cuando creo que por fin voy a abordar tu canoa, se agolpan frente a mis ojos tus recuerdos románticos, tus nostalgias musicales, tus añoranzas de una voz en el teléfono.   Dilatada y deliciosa es la prórroga de tu réplica. Desde el palco de enfrente atisbo que tu oso de peluche, cansado también de esperar, ha tomado asiento en la silla de tu alcoba y ha entablado un diálogo con tu ventilador y con tu Cristo. ¡Vaya elocuencia de esta trinidad! Tan decidores de la humildad de tu alma y de la grandeza de tu espíritu que hasta el trío de Panchos de la localidad se escucha tibio y lejano.

Y ya con un pie en la embarcación me veo obligada a descender de las nubes de un brinco y volver al cemento donde descubro un nuevo rival que me roba toda tu atención. Este perro callejero, hambriento y voluntarioso.

¡Tengo celos de este cuadrúpedo con machas que se ha vuelto el centro de tus afectos! Quiero ser yo quien se tumbe a tus pies para contemplar la trascendencia de tu soledad. Quiero adorar cada una de tus arrugas, quiero venerar todas tus canas. ¡Quiero ser tú cuando sea grande!

Cómo no esperar por ti toda una vida cuando eres capaz de desproveerte de todo eufemismo para acercarme, con tu sola presencia, a la belleza rotunda de las pinturas de Velásquez y de Caravaggio, a las piezas embrionarias y existencialistas de Bill Viola, a la meditación inconmensurable de la película El gran silencio. Cómo no llamarte madre, cariñito santo, a ti, mujer omnipresente; la única capaz de parafrasear a Shakespeare para ser reina de tu propio silencio y no esclava de tus palabras.

Intento ayudarte a salir de la asfixia que te provoca el bocado de comida, no me dejas; no se lo permites tan siquiera a los Padres de Manet, quienes absortos te miran, impotentes como yo, detrás del marco de la ventana. Te las arreglas sola. Sola te acuestas y sola te levantas de una cama que has tendido, oficiando un ritual en el que cada obsesivo doblez de las mantas, subraya la maestría de tus enseñanzas.

Duermes tu sueño eterno, cobijada por un toldo blanco como tus alas que, finalmente misericordiosas, me elevan contigo y me hacen sobrevolar el mar.   Desde lo alto me revelas la vastedad de lo simple. Me guías hacia la eternidad mientras me susurras al oído que en el camino visitaremos a tu hijo muy amado en quien tienes tus complacencias; y anotas en la arena de la playa -porque el viaje es largo y no quieres olvidarlo- la oración que le enseñarás a rezar apenas lo encuentres:

“Al honrar a tu madre, hijo mío,
has honrado a todas las mujeres del mundo.
Bendice al ser femenino que habita en tu alma,
honra al ser masculino que vive en tu corazón;
y entonces serás libre”.

—María Belén Moncayo / Analista en Comunicación, Diseñadora—

A stunning portrayal of silence and dreams

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Fotograma de la película «Silencio en la tierra de los sueños» dirigida por Tito Molina.

I know exactly where to put Ecuador on the map. Unfortunately, I do not know where to put Ecuador on the map of world cinema. It’s one of those countries that is shamelessly underreported. There is quite a lot of material about South/Latin American cinema. Yet, Ecuador plays only a marginal role and I wonder why that is.
Tito Molina has put Ecuador on the map of world cinema. With Silence in Dreamland (2013) he has created a stunning portrayal of – surprise! – silence and dreams, but also of ageing, loneliness, and love. The narrative can be quickly summarised: an elderly woman, lonely after the death of her husband, goes about her daily chores. The routine is broken when Cokie, a truly lovable dog appears in front of her window and both strike up a very special relationship. This summary is a good example for why I never read summaries. Indeed, many films have kind of the same thrust and summaries therefore make them boring. But it is the cinematic treatment that is interesting, and it is the same here with Molina’s work.
Silence is a superb slow film that has a meditative, observational rhythm, though partly disrupted by quick cuts so as to indicate brief dream interludes that come in a flash. Molina’s attention to detail, such as his close-up of the woman’s neck to focus on her pulse and her breathing, helps to create an intimate portray of her. I felt as though she was more than a simple subject of a film. There was a bond between filmmaker and character, even between viewer and character, which grew throughout the film. Another detail, which I loved was the persistent electricity cut. Sometimes you didn’t notice it until you looked at the oven behind her, which suddenly ceased to display the time. It’s subtle, but it’s also a reminder that the background of a film is just as significant as everything that happens in the foreground.
Molina introduces aesthetics to Slow Cinema that are unusual. I’m speaking of dissolves, a lot of music in the background, superimpositions. If I had read about these techniques in his film beforehand without having seen the trailer of Silence, I would have been hesitant. Yet, Molina uses these techniques and incorporates them superbly and lovingly into the genre, or movement, or simply this form of cinema. This combination of techniques greatly enriches the viewing experience. A while ago, I wrote about the effects of music and dialogue on our perception of slowness and came to the conclusion that both speed up the film. For some reason, I didn’t have the same impression this time. Either I have changed my point-of-view regarding the issue entirely, or maybe Molina makes better use of music and dialogue than Apichatpong Weerasethakul in Mekong Hotel. It is a mystery. In any case, there is quite a lot of music in Silence, which is a rather interesting contradiction. The music, however, is slow. Very traditional, kind of melancholic so that it works well with the subject matter of the film.
Silence awakened my interest in photography again. I know I say this with a lot of films. But despite this, it is actually not as easy to impress me visually as it sounds. Molina has a superb eye for composition, though, and I wonder what his background is. It doesn’t look painterly, but oh my, some of his shots are worth taking a snapshot of, have them printed and framed. Especially the shots at the sea are magnificent. Shot from above, we see the woman and Cokie walking along the beach, for instance. They both mere dots because of the sheer height of the camera. Molina’s capturing of the sea is truly beautiful and adds a hypnotic rhythm to the film, apart from its making you fall in love with his photographic eye.
In all, I wasn’t all too surprised to see such a fantastic film after the trailer perfectly convinced me that this would be a superb work. Molina is certainly an upcoming and very talented director, who is worth following in the future.

—Nadin Mai / PhD Visual Arts (UK)—

Un antes y un después

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Fotograma de la película «Silencio en la tierra de los sueños» dirigida por Tito Molina.

Silencio en la tierra de los sueños es una obra conmovedora, bella y profunda. Su ritmo, su tempo y su narrativa contenida nos hace involucrarnos en la soledad y el silencio, sin efectismos banos, siempre brillante en el uso de los recursos. Es una obra puntal de la cinematografía ecuatoriana, un antes y un después.

—Pablo Suárez / Director de Fotografía y Editor—

El manifiesto animalista

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Fotograma de la película «Silencio en la tierra de los sueños» dirigida por Tito Molina.

Una película que rompe todo lo establecido, y esa factura provoca belleza, sinceridad, apegos a los actos más sencillos, valoración a quienes amamos.
Esta película es un manifiesto animalista, un manifiesto humanista, un manifiesto para que el cine vuelva a ser arte y no un mero entretenimiento. Una película ecuatoriana que marca el inicio de una nueva etapa para nuestro cine. Una obra de arte que no denuncia nada y tal vez sólo evidencia el: SILENCIO EN LA TIERRA DE LOS SUEÑOS.
Abran sus mentes y corazones. Realmente se sorprenderán.
Si esta película no gana un Óscar a la mejor película extranjera, entonces, se cometerá una injusticia sin precedentes en la historia del cine.

—Douglas Paredes Salvador / Comunicador—

La separatividad de los mundos

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Fotograma de la película «Silencio en la tierra de los sueños» dirigida por Tito Molina.

ANOCHE VI POR SEGUNDA VEZ SILENCIO EN LA TIERRA DE LOS SUEÑOS. ¡Otra experiencia! De pronto dejé de enfocarme sentimentalmente en la soledad del personaje, y vi la maravillosa arquitectura de la obra. Cómo la anciana ejerce la nostalgia del mundo a través de una ventana, cuando mira a los boleristas dedicar sus canciones a las muchachas jóvenes del pueblo. Cómo lidia con su ritual diario de limpieza, cocina, televisión y siestas, su espera cotidiana de la muerte. Pero más que nada me fascinó la relación de la protagonista relación con un perro callejero, que en sus sueños se vuelve un compañero entrañable, cuando caminan a la orilla de un mar poderoso, que nos hace sentir inmersos en algo vasto, en un absoluto de vida que desaparece cuando el personaje abre sus ojos y despierta nuevamente al mundo de la vigilia, a la separatividad, a la soledad. Cada detalle contribuye. Nada es al azar. Es una joya perfectamente diseñada, una máquina de experiencias estéticas y emocionales de enorme sutileza. ¡Gracias Tito Molina por esta hermosa película!

—Adolfo Macías Huerta / Escritor—

Queda el mar

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Fotograma de la película «Silencio en la tierra de los sueños» dirigida por Tito Molina.

Silencio. O casi.
En la calle, los automóviles dejan escuchar sus motores, los pájaros, la gente. En fin, la vida que discurre fuera de cuatro paredes, fuera del ámbito privado de ella, la mujer. El tiempo pasa, el corazón de la mujer palpita al ritmo de un reloj. Palpita a través de la piel.
Silencio. O casi.
Hay música de fondo, boleros, voces. La televisión, insolente, resuena. La respiración de la mujer, poco a poco, va regularizándose. Amanece. Los días se siguen unos a otros, la mujer cumple con sus labores cotidianas, con paciencia y precisión, a solas y en silencio, a excepción del momento de las oraciones.
Acaso Dios necesite de la voz de los humanos para prestar atención, sí, a sus ruegos. Llega el sueño. Y entonces, comienza la ‘verdadera función’, comienza otra vida. El mar se acerca, el mar y su sonido, conjugado con música.
La mujer mira el mar.
Hay silencio en la tierra de los sueños. Una mujer, a solas, recorre el hilo de sus días sin palabras. Sueña. Despierta. Sueña. Y esa es su vida.Esta es la propuesta del primer largometraje de Tito Molina.
El filme, que ha representado a Ecuador en varios festivales internacionales, como los de Turín, Hamburgo y Guadalajara (en este último obtuvo una mención de honor), está en la lista de obras preseleccionadas para competir por el Óscar 2015 a mejor película extranjera, así como candidata a los Premios Goya.
¿Tiene méritos para estos premios una película ecuatoriana? Los tiene, y de sobra. Desde la elaboración del guion, columna vertebral de un filme, hasta la posproducción, Silencio en la tierra de los sueños es una película que puede resumirse en dos palabras: bien hecha. Sin embargo, pobre sería reducir una producción de semejante calidad a una frase. Hay más por decir, esto solo es un inicio.
La fotografía del filme es lo que más destaca, un juego de espacios, de escenarios íntimos por donde transita la mujer. En una película donde el silencio se torna en una atmósfera, hace las veces de un personaje más, posiblemente, la imagen debe ser tratada con exactitud para que el interés del espectador no decaiga, para que se quede suspendido del tenue hilo narrativo que se le ofrece. Por supuesto, el juego con la fotografía es fundamental, jugar con los escenarios, con la luz que traspasa esos mismos espacios, para que el paso de la realidad al sueño se convierta en un viaje leve, casi imperceptible.
El manejo del sonido es otro aspecto importante en la película, pues nos permite situarnos, alternativamente, en el sueño y en la realidad. El sonido, el canto de un gallo, nos permite atisbar el umbral entre el sueño y la vigilia. El silencio es un personaje, casi, un antagonista o, mejor dicho, un acompañante de la protagonista, esta viuda pausada pero constante en sus actos, paciente, que se desarrolla en un mutismo absoluto. Cosa extraña en estos tiempos acelerados, la mujer no habla consigo misma, no piensa en voz alta, no refunfuña, no conversa siquiera con el perro callejero que llega en algún momento a acompañarla.
La mujer es sensible a su entorno, se nota esto en su expresión, en su media sonrisa ante una imagen graciosa, en la mirada que transmite su acto de evocación frente a una ventana que le muestra a un grupo de músicos galantes. Boleros, música ambiental, los sonidos de la calle, el canto del gallo son sonidos que hacen más patente el silencio de la anciana, que conforman para este una corte, un séquito respetuoso que le da más relevancia en la historia. El sonido del mar, por supuesto, siempre será otra cosa, algo más allá…
En la vida de esta mujer nada extraordinario o estridente sucede. Su cotidianidad, sencilla, sincera, se convierte en un cuadro bello pues la mujer imprime en cada acto la meticulosidad que da la satisfacción de la obra bien hecha. La mujer realiza cada acto con amor hacia sí misma, hacia su existencia. Luego, cuando el perro llama su atención y ella lo invita a quedarse en su casa —en silencio, claro— la mujer realiza sus labores con algo más de gusto, aunque no haya una palabra para demostrarlo, ni siquiera un gesto grandilocuente, solo una sonrisa a medias. El interés queda demostrado en la mirada inquisitiva que busca al perro a través de la ventana. Es refrescante, por decir lo menos, encontrarse con un personaje cuya sencillez conmueva al espectador por sí mismo, sin los artilugios de la desnudez y sin estar ligado a los motivos más que recurrentes en nuestro cine, como la delincuencia, la drogadicción o la rebeldía.
Hay una mujer, un perro y el silencio. Basta y sobra. Ah, y el mar…
En una entrevista anterior, Tito Molina decía que en su obra hay marcados dos tiempos gracias al uso de la música: el bolero, las canciones que la mujer escucha a través de su ventana y en la radio, es un elemento que propicia la evocación de otras épocas, quizá de aquella en que la mujer no vivía sola, es una música diegética; en cambio, la música clásica, aquellas melodías que aparecen cuando la mujer sueña, sobre todo cuando visualiza el mar, pretende conformar un espacio fuera del tiempo, extradiegético, pues los sueños no pueden inscribirse en una línea de tiempo determinada.
Los sueños suceden, nada más.
Y para soñar no es necesario recurrir al lenguaje, a las palabras. Se puede soñar en silencio, acariciar en silencio, aunque sea esta una caricia tosca, pueril, sobre el pelaje de un perro callejero que apareció por destino o casualidad, depende del mensaje que cada quien quiera ver en su arribo. Llegó como en un sueño, sin palabras de invitación, y camina junto a la mujer.
Quizá también mira el mar.
El mar, la mar.
Su sonido, ese eco permanente del oleaje es el que se deja oír en la ciudad costera, la que destila humedad, una tierra fantástica que existe en la realidad y en los sueños. El sonido del mar es el que acompaña a la mujer y al perro.
No se produce conflicto entre el sonido del mar y la música de Debussy. No hay un choque entre el sonido del mar y el leve chirrido de las cañas que ceden bajo el peso de un cuerpo, el sonido del mar acompaña los ladridos de los perros alimentados por los pescadores, el mar, el mar se extiende hacia el infinito, y por eso es posible soñar con él.
La mujer se levanta y mira por la ventana. El perro se levanta y mira por la ventana. Ambos, en el sueño o quizá en la realidad, se quedan suspendidos de los boleros que escuchan en el ambiente, la música nace en mitad del silencio.
Ambos pueden desvanecerse, entonces, dejando de lado cualquier angustia, los sonidos de la calle, la soledad, porque después de todo, aquello no es más que un sueño dentro de otro sueño, en el que solo queda el silencio.
Silencio. O casi.
Siempre queda el mar.

—Sandra Araya, Editora de CartóNPiedra—

Sobre la poesía y sobre el cine

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Fotograma de la película «Silencio en la tierra de los sueños» dirigida por Tito Molina.

Se hacen pocas películas, hoy en día, como Silencio en la tierra de los sueños. Tiene una rara convicción estética: por un lado de belleza indescifrable, por otro de angustia contenida. Tito Molina es finalmente, un cineasta que habla sobre la poesía y sobre el cine. Los 94 minutos de su metraje no tienen desperdicio. Cada imagen, cada secuencia, cada tema musical, cada respiración de Bertha Naranjo nos sumergen a otro mundo, al mundo que Tito quiere llevarnos. Esto es, pues, cine. Algo que tanta falta le hace a eso que llamamos «cine ecuatoriano».

—Rafael Barriga / Escritor, Crítico y Comunicador—